HISTORIA

Para empezar señalaremos que ha habido en la Ciudad de México tres cantinas llamadas «La Castellana», de diferentes propietarios. Una de ellas, que no fue relevante por ningún concepto, funcionó de 1932 a 1946 en Argentina 112, esquina con Rayón, casi enfrente del salón de baile La Playa. A la fecha subsisten dos y la más antigua de ellas es la nuestra.

Ésta se halla en el cruce de Insurgentes Centro y Maestro Antonio Caso antes conocidas por Ramón Guzmán y las Artes, respectivamente, en la colonia San Rafael. 

Durante la regencia de Ernesto P. Uruchurtu, quien gobernó la metrópoli con mano de hierro, la avenida Insurgentes, que atraviesa majestuosamente la capital, fue ampliada y dividida en Norte y Sur. En medio quedó la calle de Ramón Guzmán, la cual conservó su nombre, homenaje al banquero impulsor de los ferrocarriles. Pero como varios comerciantes y dueños de predios de esa avenida interpusieron amparo para impedir las demoliciones necesarias, cierta noche el licenciado Uruchurtu mandó sorpresivamente una cuadrilla de obreros a cambiar las placas de la nomenclatura: Insurgentes Centro, en vez de Ramón Guzmán, quedando de ese modo sin efecto los amparos. Luego una brigada de demoledores, utilizando maquinaria pesada echaron por tierra los edificios con cuanto había dentro. Los inquilinos salieron como estampida, cargando algunas pertenencias. ¡Así se las gastaba el regente! Toda la población resultó ganando menos esos comerciantes, los dueños de tales edificios y don Ramón Guzmán, que se quedó sin calle.

Esta cantina, inaugurada en 1892, se llamó inicialmente «La Flor Castellana». Era en realidad una tienda de comestibles y otras mercancías, con una separación para venta de alcohol puro y diversos brebajes. En 1914 acortó su nombre, por el de «La Castellana», y fue convertida en lo que se denomina una cantinaEspacio amplio sin divisiones, con barra, contra-barra, mesas, sillas y (a veces) reservados, para venta y consumo (esto sí siempre) de líquidos «emborrachantes». En 1970 le fueron suprimidos los reservados y anexada una amplia bodega, generalmente atiborrada de mercancías.

Una cosa digna de mención es que durante largos años no dio servicio a mujeres. El dueño juraba y perjuraba que no lo hacía por misoginia o machismo, sino que como su establecimiento quedaba próximo a la Zona Rosa, donde abundaban las «mujeres de la vida galante», podrían éstas entrar a la cantina y trastornar la paz y tranquilidad, que era su mayor inquietud. Por la misma razón impedía la entrada a cilindreros, cantantes, mendigos, boleros y billeteros; suprimió la televisión para que no se exaltara la parroquia con partidos de fútbol, encuentros de lucha libre, campeonatos boxísticos o concursos de Miss México; no había sinfonola ni toleraba rifas de pollos rostizados; tampoco quería que se le aparecieran sujetos con aparatos para dar toques eléctricos o dibujantes de retratos al minuto, ni nadie que no fuera a consumir. Así pues, ese recinto era apacible durante el día; se podía platicar a gusto, escribir un poema largo ó jugar dominó sin distracciones.

Renato Leduc, periodista, poeta y bohemio, vivió durante más de veinte años en un caserón abandonado en Antonio Caso 110 esquina con Rosas Moreno a pocas cuadras de «La Castellana». A ésta acudía de vez en cuando para redactar algún poema o una gacetilla.

En cierta ocasión coincidió allí con Bernabé Jurado, quien se acercó a la mesa del poeta y gentilmente le invitó la copa, conversaron y luego consiguió que Renato escribiera unos versos para la novia de Bernabé. El poeta evitó en lo sucesivo ir a esa cantina en horas a las que concurría el abogado, quien le caía muy mal. A éste lo apodó abo-gángster y así fue conocido más adelante por todo mundo; el mote se lo ganó debido a las broncas que hacía para defender a sus clientes, los cuales eran en su mayoría delincuentes.

Les «compuso» versos y canciones a sus novias, que fueron muchas, pero… siempre eran los mismos versos y las mismas canciones, elaborados aquéllos por Renato Leduc, como ya se dijo, y éstas por un afamado compositor del que nos ocuparemos enseguida. Se trata de Álvaro Carrillo, a quien le gustaba ese escondrijo de la colonia San Rafael debido a la quietud; allí creó varios de sus éxitos. Sin embargo dejó de concurrir cuando conoció en tal lugar a Bernabé Jurado quien, al igual que a Renato Leduc, le solicitó componer una canción para su novia.

Durante corto tiempo concurrieron allí los enormes Pablo NerudaEfraín Huerta y José Revueltas para hablar de literatura y comunismo.